Entre facturas

 

 

¿Cómo nombrarte si no es por el nombre que te asignaron tus padres? ¿Querida?

No, querida no puede ser; a mi hondo quererte le parecería una traición.

Empezar esta carta llamándote querida sería tan ridículo como el diminutivo “ita”; un repentino atajo desde la pequeñez que soy al admirarte hasta a tu grandeza.

Y, como además de grande, eres sensible y amable, no podrás más que sonreír con condescendencia para no herirme. O quizás preferirás revertir la dirección del dardo y llamarme por mi nombre en diminutivo. Eso sería precioso y justo.

Así que en este asunto del cómo nombrarte al comienzo de la carta, creo que solo puedo empezar con tu nombre y una coma. No solamente por prudencia afectiva, sino también por prudencia práctica, pues temo que de entre todas las lechuzas mensajeras, caiga la carta en manos de la lechuza tramposa y mercenaria, encomendada por el concejo competente a hurgar en asuntos privados por una mediocre suma de dinero.

Ni la distancia generacional ni el contrato amoroso temporal sujeto a las circunstancias de la existencia, pueden ser rastreados por quienes buscan en carpetas de escritorio. Será preciso inventar nuestro propio código de comunicación y guardar las cartas entre facturas de luz y agua. La anchura del margen derecho será proporcional a mi miedo. Menos de cinco mayúsculas significará que aguanto bien esto de que estés solamente en mi fantasía, más de diez serán la urgencia de verte.

Ya sabes que las circunstancias me han convertido en un ave carroñera del amor, siempre con el ojo avizor a los amores que nadie quiere. No es que sea una huérfana de amor, sino más bien un depósito estancado de fluidos amorosos envenenados. Encharcada de veneno, ¿Es posible vaciarse dejando apenas unas gotas de fluido envenenado a modo de vacuna?

Dame solo un poco de tiempo y espacio para ensayar esto de querer...¿querer?

Siéntate en las butacas, o en el palco, como prefieras, pero no muy lejos dónde no pueda verte. Colócate donde no pueda verte cuando haya ensayado suficiente y déjame sola. Aparta discretamente la mano de la bicicleta, como papá, mientras aprendía a pedalear.

Ya he decidido que no voy a llamarte de ninguna forma ni al principio ni al final, para que ni las lechuzas mercenarias ni mi orgullo puedan alterar la trayectoria en dirección a ti.

¿Puedo decir “te quiero”?

 

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